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  • Foto del escritorDelia Rodríguez Herráez

“Amancio, esta no es tuya”

Sweatshop | LittleLoud | Gratuito





Jódete Amancio, esta no es tuya. La primera vez que este eslogan en una camiseta se hizo eco de modo considerable, fue con la publicación del videoclip “Esto es España”, una parodia creada por los cantantes Lomo y Xexu García del ácido single “This is America”, que crítica el lado más oscuro de la nación. Al hablar de sweatshops, es inevitable mencionar a Amancio Ortega, fundador de Inditex, cuyos trapos sucios en el ámbito laboral no se han diluido entre las donaciones que ha efectuado a hospitales y programas de becas para jóvenes. Según el diccionario de Cambridge el término Sweatshop es otorgado a fábricas de tamaño reducido, en las cuales los trabajadores reciben un salario insignificante por una jornada de trabajo excesiva y en condiciones precarias. Con este anticipo acerca de la temática del videojuego, ya podemos especular sobre el porqué de la cancelación de éste en la App Store de Apple. El imperio de la manzana mordida se sentía incómodo al ofrecerlo a sus usuarios, o puede que ese rechazo estuviera más bien relacionado con la hipocresía o un tenue sentimiento de culpa, pues hablamos de una de las multinacionales más potentes a nivel mundial que tampoco se exime de la práctica del “sweatshoping”. Littleloud nos propone una simulación donde nuestro avatar esta supeditado a las exigencias de un jefe déspota que no duda en abusar y arriesgar la vida de sus trabajadores a cambio de una cada vez mayor, cantidad de producto listo para su venta en los grandes almacenes.

La mecánica real del juego gira en torno al dilema moral que se nos plantea con cada avance de nivel, pues a medida que progresamos nos veremos en la tesitura de elegir entre el bienestar y los derechos básicos de los operarios o una mayor producción y, por tanto, un ascenso de nivel. Bloquear las salidas de emergencia en casos de incendio, impedir que los trabadores acudan al aseo, contratar niños (la mano de obra más barata en este mundo no tan ficcional) son algunas de las premisas que, llevadas a cabo, nos proporcionan una mayor puntuación a la hora de superar los treinta niveles que componen el videojuego. Cada nivel nos exige un mayor rendimiento y velocidad de elaboración a los personajes, remitiéndonos por momentos a esas locas escenas protagonizadas por Charles Chaplin en Tiempos modernos, con una cinta mecánica que en ocasiones parece no tener fin.

A estas alturas, podríamos decir que es de conocimiento popular muchas de las barbaridades que ocurren dentro de la mayoría de las grandes fábricas textiles más famosas del mundo, y en nuestro tiempo, gracias a la llegada del servicio a domicilio, también fuera de estas. Coetáneamente estamos viviendo un momento de tensión en el ámbito industrial: los trabajadores de empresas como Amazon han manifestado que a pesar de la pandemia que nos acecha, la prioridad continúa siendo la rapidez, y las consecuencias fueron los brotes extendidos entre los obreros dentro de las fábricas.

Si Littleloud hubiera previsto la situación actual del COVID-19, quizá la posibilidad de otorgar mascarillas y demás protección al personal habría sido un ítem más en el catálogo de necesidades de la plantilla, en el que se incluyen desde dispensadores de agua potable o aseos hasta radios.

Parecía descabellado pensar que en el filme Sorry, we missed you (Ken Loach, 2019) el protagonista fuera instado por su propio jefe a orinar en botellas para así no malgastar tiempo de trabajo, pero en Sweatshop la posibilidad de acceso al aseo no es un derecho, sino una opción que debe sopesar el encargado, es decir, nosotros. En nuestras manos recae, literalmente, la muerte de los trabajadores por motivos que abarcan desde la deshidratación hasta la precariedad en las infraestructuras que frecuentan los personajes y que puede llegar a provocar incendios y demás desastres y accidentes laborales.

El juego es una crítica en su totalidad al capitalismo y al forje de su historia y origen en las industrias textiles de todo el mundo, desde el auge y posterior desplome de las fábricas de algodón hasta la aparición de las marcas actuales más conocidas, generalmente con base manufacturera en los países más pobres de nuestro planeta. No podemos determinar a ciencia cierta la ubicación de nuestra sweatshop, aunque en determinados niveles los personajes nos introducen una serie de marcas tempo-espaciales, que nos indican que nos encontramos en Vietnam, así como el nombre de la marca que trabajamos Crymark, un título bastante irónico (“marca de llanto”). A modo de tara en este sistema capitalista, como ocurría al final del filme El hoyo (Gaztelu-Urrutia, 2020) con la niña, la figura de Boy, un niño de unos diez años que actúa a modo de portavoz entre los personajes y pugna por conseguir cambios reales y mejores condiciones en la fábrica nos hace pensar que no todo el sistema está corrupto, y que cabe esperar algo de esperanza en el futuro.

Si bien podríamos hablar extensamente sobre como el ideario marxista puede verse reflejado en el videojuego, o sobre los fines educativos que su creador tenía planeado para él, el pensamiento protagonista del que seremos atentos espectadores está más relacionado con la filosofía de Maquiavelo, a quien podríamos pensar personificado a través de la figura del jefe tirano, y aunque nos cueste percibirlo a medida que avanzan los niveles, también en nuestro propio rol dentro del juego. En su mecánica aparecen algunas claves de esta ideología, ya plasmadas en la famosa obra El príncipe. Sería inadmisible limitar la tiranía que nos propone ejercer sobre nuestros trabajadores Sweatshop a la famosa máxima (no obstante, nunca pronunciada literalmente por el propio Maquiavelo) de “el fin justifica los medios”. Hablamos de una sucesión de acontecimientos, que nos recuerdan que las cualidades que requiere un líder para preservar el poder comienzan por olvidar la moral, pues no respondemos a esta con nuestros actos, sino a las leyes del poder. Al igual que El príncipe, Sweatshop pone al descubierto las auténticas prácticas del poder, evidenciando la contradicción de éstas con los principios éticos y en este caso, incluso con los derechos humanos más básicos. Amancio, esta Sweatshop no es tuya, pero podría serlo.


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